GALLAECIA PETREA

ImágenesCrítica de Arte/ Exposición en la Ciudad de La Cultura

GALLAECIA PETREA

Junto a estas macroexposiciones quizás sean tiempos de proyectos pequeños, de apoyo a iniciativas sociales, a galerías y a la iniciativa privada

Durante siglos Leviatán dormitó apaciblemente en las profundidades de nuestro mar atlántico. En Galicia había pocos ángeles díscolos y eso del orgullo y la soberbia era cosa de los ricos del otro lado. Pero pasó el tiempo y asumimos sin recato la moderna egolatría, los nuevos becerros de oro. Y como en otros lugares el pecado se hizo acero, hormigón y piedra. La misma piedra que sirvió para acercarnos a la divinidad se mostró orgullosa y desafiante, rabiosamente humana. Entonces Leviatán despertó de su letargo y aprovechándose del caos comenzó a engullir una tierra que parecía que caminaba con paso firme hacia un futuro esperanzador sin olvidar sus tradiciones, sus creencias y su añeja esclavitud.

Ya pasaron veinte años desde aquella “Galicia no Tempo” que bajo las bóvedas pétreas de San Martín Pinario nos recordaba con elocuencia que esta tierra era mucho más que un gran trozo de xisto y de granito donde el mundo dibujaba serpenteante su fin. Por eso muchos destacaron que aquella exposición simbolizaba una nueva forma de encarar el nuevo milenio sin renunciar al espíritu de la Galicia peregrina por la historia. Convencidos de la entrada triunfal en la nueva era quisimos obrar un nuevo milagro, olvidándonos que todo lo que fuimos lo construimos lentamente, con trabajo duro y sin estridencias, porque en Galicia el tiempo siempre se midió por el cambio de las lunas y el crecimiento lento y sereno de los árboles.

Y llega Gallaecia Pétrea. Los administradores de lo público enfrentados a una sociedad quizá abstraída, quizá cansada, idearon una fórmula para inaugurar la pirámide, y buscaron la pétrea genetrix, la madre de la que todo nace, aquella que las filosofías antiguas asociaron con la realidad absoluta, la permanencia, principio y fin.

No toca hoy hablar de lo que significó la piedra para nuestro credo e imaginario colectivo, ni siquiera de la magna pirámide levantada en el Gaiás, sino de lo que se ha introducido en su estómago. Porque pese a las buenas intenciones de nuestros gestores, y la reconocida solvencia técnica de los comisarios, no es fácil llenar de sabiduría un contenedor de más de 40 m. de altura y 16.000 m² de superficie, máxime cuando este no tiene ninguna de las condiciones fundamentales para exhibir contenidos expositivos, da igual cual sea su naturaleza.

Por eso, no creo que los cuestionados soportes sean el problema, esos palés industriales sobre los que descansan las esculturas. El problema es el monstruo, bautizado como el Museo de Galicia, que acaba devorándolo todo, hasta el punto de que lo verdaderamente importante, la imaginería que jalona nuestra historia, nuestra cultura y nuestra identidad, la vida eterna de esta gran roca finisterrae, queda eclipsada por esa sensación de caótico compendio sin guión, de una simpleza amarga, como gestado siguiendo los improvisados y confusos dictados de la necesidad de dotar de contenidos a este triunfo de la megalomanía que, por otro lado, tiene una indudable belleza y suficientes valores arquitectónicos y espaciales.

No debería resultar extraño, entonces, que una mañana de un sábado de septiembre, en medio de esa sensación de cierto desbarajuste más propio de un zoco de rarezas y antigüedades, únicamente me cruzase con un padre que tentaba sin éxito poner orden en la cabeza de un niño desorientado que miraba con desdén las esculturas de diez en diez, algo que no estaba muy lejos de la capacidad perceptiva del que esto escribe.

 La Muestra

La exposición se divide en cinco grandes bloques, uno por planta, que suman en torno a las 341 esculturas, recogidas de museos gallegos y portugueses, y de algunas colecciones particulares. Un compendio que va desde la prehistoria hasta nuestros tiempos, pasando por Roma, el Medievo y la época Moderna, y un apartado -insuficiente y con técnicas museográficas bastante anacrónicas- sobre nuestra geología, algo que incluso podría ser el centro sobre el que gravitase el resto de la muestra.

No es fácil aglutinar tanta piedra en un sólo proyecto expositivo, sobre todo si este es demasiado generalista y pretende tocar todos los palos sin profundizar en nada. La selección, colocación y narrativa de algunas secciones es bastante discutible y carece de la necesaria visión de conjunto. Por eso los iniciados en este mundillo, aunque con ciertas dificultades, podemos disfrutar de la exposición al conocer la mayoría de las piezas e intentar contemplarlas abstrayéndonos del caos circundante. Sobre la percepción del señor y su hijo, ya tengo mis dudas. En cualquier caso, vale la pena acercarse a esta cámara de las maravillas, aunque sólo sea para conocer un poco mejor nuestra historia creativa.

 El Salnés

Nuestra comarca está justamente representada, aunque se echa de menos la obra de Francisco Pazos, uno de los mayores conocedores e investigadores en torno a las capacidades expresivas y poéticas de este material. Una pena.

Empieza con los pioneros. Con los que abrieron los portones de la modernidad partiendo de presupuestos de la estatuaria histórica. El malogrado Narciso Pérez está representado con su penitente “San Ero” y su abismado y misterioso “Guerrero Celta”. Francisco Asorey, prolífico y genialísimo escultor en todas las escalas y soportes, ocupa su merecido puesto como precursor de la escultura contemporánea en España. El pequeño “Busto de Beluca Varela” es simplemente una obra maestra que consigue conmover.

Y continúa con nuestra época. Con los también cambadeses Francisco Leiro y Manolo Paz. El primero propone una sucesión de sepulcros pétreos con pesadas tapas que se retuercen y se abren como acercándonos a esa cosmogonía de la muerte como el regreso al seno de la matrix pétrea, victoria sobre la muerte y el paso del tiempo. Luego está su “Leviatán”, ese monstruo esquelético varado en una playa imaginaria, irónica metáfora de la estructura que le da cobijo, aunque no acabe de funcionar del todo. Por último, Paz está representado con esos bolos de granito con corazón de cuarcita que él bautizó como “Catedrales” y con su juego de contrarios–“Nube”- y su poética de lo paradójico, convirtiendo el sólido y pesado granito en algo ingrávido, casi aéreo.